En este contexto, un caso emblemático de la transformación de Barcelona, tanto desde una perspectiva sociológica como desde su imaginario cultural, interior y exterior, será encarnado por este “Distrito Quinto”, parte del cual acabó conociéndose como “Barrio Chino”. Según constata Paco Villar (1996: 155):
En 1925 el periodista Francisco Madrid bautizaría una zona del Raval con el ocurrente nombre de Barrio Chino. En el semanario El Escándalo apareció una serie de dos reportajes titulados “Los Bajos Fondos de Barcelona”, en los que por primera vez se mencionaba el topónimo Barrio Chino. La denominación alcanzó una aceptación total. Comenzaba así una etapa de asfixiante peregrinaje al Barrio Chino encabezada por todo tipo de periodistas y escritores. El Barrio Chino fue rastreado palmo a palmo; descubierto y redescubierto; falseado y adulterado; encumbrado y censurado.
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En un volumen titulado Historia del arte frívolo (1964) acompañó las fotografías de las estrellas del mundo del espectáculo de la primera mitad del siglo XX con textos biográficos en donde podemos recuperar el talante de algunas de sus heterodoxias; Retana rescató, así, a los trans que actuaron en los escenarios barceloneses más celebrados de la segunda, la tercera y la cuarta década del siglo XX: entre ellos, Edmond de Bries, Mirko, Antonio Alonso, Luisito Carbonell o Freddy, junto a Derkas, cuyo retrato se acompaña del siguiente esbozo:
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En esta semblanza biográfica Álvaro Retana no introduce el más mínimo atisbo de condena contra Derkas / Manuel Izquierdo, a pesar de la censura vigente a mediados de los 60. Su relato se presenta como una historia de nítida superación de una persona con grandes cualidades artísticas que, en contra de su familia, decide apostar por una profesión que le granjeó admiración y fama, dentro y fuera de España. Una profesión justificada por la forma casual y cooperativa con que nace, con el apoyo de sus compañeros, quienes saben que Manuel tiene un potencial interpretativo mayor que el que le ofrece su puesto de barítono de zarzuela. Una profesión, la de “imitador de estrellas”, que casa bien poco, en principio, con el Liceu, en cuyo conservatorio estudiara de niño, a escasos metros de las salas más reprobadas por las familias distinguidas de su ciudad de adopción.
Un “imitador de estrellas” sería, en principio, un hombre que interpretaba números musicales vestido con las mejores galas de las cantantes y actrices más populares de su tiempo. Un “travestido” del mundo del espectáculo, profesión ésta que se difundió sobre todo en la Ciudad Condal y en el Madrid de los años 20 y 30, al igual que en tantas otras capitales europeas en las que, como Berlín, triunfó Derkas. Tal vez nos vengan a la memoria algunos números musicales y escenas de la película Cabaret (1973), de Bob Fosse. No será sin razón, pues recrea idénticos “bellos años” de permisividad sexual en la capital alemana: los mismos que amputaron allí los nazis y aquí el régimen franquista. Barcelona fue la gran capital del transformismo español antes de la Guerra Civil, con locales en donde los travestidos eran las figuras más populares. Si bien en un principio fueron más reconocidos aquellos que con mayor perfección imitaban el modelo original (voz, interpretación, maquillaje, ropa,...), con el tiempo algunos siguieron otro rumbo, ya que dejaron de recrear números ajenos y empezaron a crear números propios.
¿Debemos deducir, por consiguiente, que aquello que hoy denominaríamos “orientación sexual” estaba ausente en la elección de la profesión de “imitador de estrellas”? Si Álvaro Retana hubiese incluido sólo a Derkas en su Historia del arte frívolo así podría argumentarse entre lectores poco avezados. Retana, sin embargo, con una táctica muy sutil, logra ampliar nuestro horizonte sexual de expectativas a través de las otras semblanzas. Así, la dedicada a Luisito Carbonell:
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Se diría que Álvaro Retana está describiendo el “ambiente” sexual durante una época de transición y, con ella, la diferencia entre lo tolerable y lo intolerable, a un tiempo corporal, sexual y artísticamente: hombres que se sentían mujeres y que, como ellas, podían ser vulgares -algo que se deduce impropio de una estrella y de su imitador-. Evidentemente, Retana estaría proyectando una luz muy interesante a través de la cual se aprecia su aproximación a esa “nueva realidad” que define el término “homosexualidad”, difundido a través de un lenguaje médico, aunque moralizante, como denota la expresión “equivocación de la naturaleza”, según han analizado Cleminson - Vázquez García (2007: 217-264).
Evidentemente, la mirada sobre estas personas podía oscilar entre la admiración de un Retana y el rechazo, como el que pinta Georges Bataille (1897-1962) en Le bleu du ciel (1957), donde narra sus recuerdos de un viaje a Barcelona en 1935. En sus páginas rememora a un joven travestido: “Hacía tiempo que conocía la atracción de La Criolla. Para mí no tenía ningún encanto. Un muchacho vestido de mujer hacía un número de baile en la pista: llevaba un traje de noche cuyo escote le llegaba hasta las nalgas. Los taconazos del baile español retumbaban sobre el suelo” (Bataille, 2008: 109). Como tendrá ocasión de valorarse en el próximo apartado, estos paisajes interiores atrajeron a numerosos periodistas y escritores, sobre todo franceses, fascinados por la vida nocturna barcelonesa. Así, un personaje de Printemps en Espagne (1931), en donde Francis Carco (1886-1958) relata su viaje por la España de 1929, afirmaba conocer “plus de deux mille ... maricones” en el “Barrio Chino” (en Héron, 2003: 207-208).
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