Resultaría muy desacertado pensar que la dictadura franquista permitió alegremente las heterodoxias ideológicas y sexuales: la "Ley de peligrosidad y rehabilitación social" (1970, derogada en diciembre de 1978) así lo confirma y nos obliga a recordar el control que podía seguir ejerciéndose contra cualquier persona que incurriese en el "escándalo público". Recuérdese que la legalización del "Front d'Alliberament Gai de Catalunya" se postergó hasta julio de 1980, a pesar de que fuera fundado en 1975 y que organizó la primera manifestación por los derechos de las minorías sexuales en las Ramblas barcelonesas en junio de 1977, pionera en el Estado español (el mismo año en que fue redactado su "Manifiesto", citado en el primer tema).
Es en este contexto barcelonés, sin embargo, en donde empieza a emerger un renovado contexto de socialización trans, que girará en torno a nuevas salas de fiestas y cabarés, dentro y fuera del "Barrio Chino". Durante la década de los 70, convivieron, al menos, tres tipologías trans, que, a su vez, reflejarían otros tantos modelos interrelacionados durante la Transición política a la democracia: (1) la imaginería trans "travestida", que actualiza el modelo de los "imitadores de estrellas": así, Madame Arthur o Pierrot; (2) la imaginería trans "femenina", que podría asociarse a las personas transexuales: por ejemplo Coccinelle, Dolly Van Doll y Lorena Capelli; (3) la imaginería trans "ambigua", etiqueta con la que podría designarse a aquellas personas cuya genitalidad seguía siendo masculina -y, más importante, de la que podían hacer gala-, pero que, merced a diversos tratamientos, aparentaban ser mujeres biológicas: el caso emblemático sería Bibí Andersen.
Ampliación 1 El FAGC fue uno de los grupos pioneros en el Estado español y sigue manteniendo su actividad reivindicativa, según puede constatarse en su
sitio de internet.

El modelo tradicional de belleza trans es hiperrealista. Uno de los mejores ejemplos que corroboraría esta propuesta lo brindó Álvaro Retana, como veíamos, al describir la feminidad de Derkas o de Luisito Carbonell. A la altura de los años 70, el mejor ejemplo de esta tradición sería Madame Arthur,nombre artístico de Modesto Mangas Mateos, quien constituye un magnífico gozne entre los transformistas del tiempo de la República y los de la Dictadura, y que fue una de las estrellas más veneradas en los escenarios trans barceloneses durante la Transición. Esto es así porque, tras pasar por pequeños teatros y compañías de variedades en las décadas de los 40 y 50, como chico de coro o cantante, y tras una estancia en París, en donde conocería de primera mano el mundo de los espectáculos trans, regresaría a las salas de la Ciudad Condal durante la década de los 60 y, en un mítico local llamado "Gambrinus", protagonizaría el primer show de toda España exclusivamente interpretado por travestis (pues hasta entonces, sólo actuaban en números aislados).
Fue entonces cuando adoptó el sobrenombre que le haría famoso, en recuerdo de una de las salas más célebres del París travesti. De allí pasaría a otros locales nocturnos, como "Barcelona de Noche", hasta bien entrados los 80. Esta dilatada trayectoria propicia que fuera un referente incontestable del universo trans, o que se le considere "el decano de los transformistas españoles" (Carol, 2009: 198).
Pero si bien Madame Arthur aparecía vestida de mujer, nunca intentó crear un efecto de simulación total, como sugieren, por otra parte, sus propias palabras en una entrevista de 1982: "Yo recomiendo que no se pusiera hormonas a nadie, porque yo llevo cuarenta años de transformación, he sido primerísima figura en España y parte del mundo sin tenerme que poner tetas" (Pierrot, 2006: 57). Esta decisión, que casa muy bien con su edad y con el tiempo que le tocó vivir, también obedece al hecho de que su cuerpo robusto y su potente vozarrón, que nunca disimuló, le granjeara muchos aplausos: "Atrevido, desinhibido, con un desparpajo de tal calibre en pleno franquismo, que, de alguna manera, se adelantó a su tiempo" (Olmeda, 2004: 238). Parece como si la fealdad de Modesto hubiera facilitado la supervivencia, aunque no le evitara al menos un encarcelamiento:
¿Problemas con la policía? Yo nunca. Yo tuve uno en la calle (...), fue por escándalo público. Salí vestida de mujer... Era un día de Navidad, yo vivía con Josephine y entonces yo hice la primera revista del "Gambrinus", que hacíamos dos; entonces yo me fui vestida de mujer en aquella época, a felicitar las Pascuas al "Barcelona de Noche"... y al venir fue cuando me pilló la policía... ¿Que qué me hicieron? Me metieron presa tres meses por escándalo público.
(Pierrot, 2006: 52)
ESTUDIO DE CASO 1
Parece como si el personaje fugaz de "Nada" reviviese su experiencia. Uno de los aspectos que más debiera llamar nuestra atención -pero que hasta la fecha ha sido muy poco valorado entre las escasas investigaciones consagradas a las textualidades trans españolas- se refiere a la procedencia social de nuestros protagonistas. Con la excepción de algunas pocas figuras del primer tercio del siglo XX, como Derkas (o el amigo de Terenci Moix que se transformaba en Lilí Barcelona y salía a la calle como tal), la inmensa mayoría de los testimonios conservados sugieren que el universo trans estuvo copado por personas de extracción humilde. Sería el caso de Madame Arthur, pero también el de Violeta la Burra, Dolly Van Doll, Lorena Capelli o el de Bibí Andersen.
En este sentido, no estaría de más citar el inicio del primer capítulo de las "Memorias trans" de Pierrot (2006: 15):
"Cuando los años sesenta terminaban su mediocre existencia, cancaneaba por Barcelona convencido de que un maricón pobre era un maricón y que un maricón rico era un rico".
Nadie se sorprenderá al constatar que durante la larga noche franquista pudiera existir no sólo una doble moral en materia (hetero)sexual, sino también un factor clasista igualmente hipócrita en la expresión y en la represión de la (homo/trans)sexualidad. Resulta evidente que era frecuente que personas que detentaban por entonces alguna autoridad, por minúscula que fuera, pudieran aprovecharse de su rango para cometer abusos de toda suerte. El paralelismo que puede establecerse entre esta violencia y la ejercida contra los campesinos en el medio rural o contra los obreros industriales en las ciudades resulta más que pertinente a lo largo y ancho de la dictadura.

En la primera parte de un ensayo muy conocido de Jean Baudrillard (1981: 21), titulado
De la seducción, el filósofo francés sugería: "De todas maneras, esta parodia de lo femenino no es tan feroz como se piensa, pues es la parodia de la feminidad
tal como los hombres la imaginan y la representan, también en sus fantasmas. Feminidad sobrepasada, degradada, paródica (los travestis barceloneses conservan su bigote y exhiben su pecho velludo), enuncia que en esta sociedad la feminidad no es más que los signos que los hombres le atribuyen" (cursiva en el original).
Más allá del interés de esta propuesta, interesa destacar ahora dos detalles. En primer lugar, el explícito: la alusión a esos travestis bigotudos, que, dada la fecha de composición de esta obra, en la década de los 70, recuerda la hombruna feminidad en la estela de nuestra Madame Arthur. El segundo detalle sería más implícito, pues esa "feminidad sobrepasada" estaría remitiendo a la floración de salas de fiestas y de cabarets en París desde los años 50, por las que pasaría Modesto Mangas, pero también muchas otras vedettes trans que recalarían en los escenarios españoles. Sería el caso de Coccinelle, quien actuó durante años en el "Gambrinus" y en "Barcelona de Noche", quien según Carol (2009: 198) era "toda una celebridad, de singular belleza y espectacular cuerpo, famosa por haber sido la primera francesa (1958) en cambiar de sexo en Casablanca, pero también por haber compartido escenario con Edith Piaf". Recuérdese que la ciudad marroquí mencionada se acabaría convirtiendo en sinónimo de "operación quirúrgica de cambio de sexo" por ser destino de tantas transexuales europeas de las décadas posteriores.
Y es que a partir de los 60, las operaciones de cambio de sexo ("vaginoplastias") empezaron a crear una nueva realidad y un nuevo modelo de belleza (el segundo apuntado, el "femenino"). La transexualidad quirúrgica adquirió un estatuto nada figurado y empezó a convertirse en destino final de tantas personas que hasta entonces no habrían soñado esa posibilidad, sentida como liberación. Esa posibilidad crea un nuevo imaginario, que dotará de nuevas tramas al mundo del espectáculo y que potenciará un juego infinito de equívocos, de ilusiones y de constataciones. Igualmente, creará un proceso de auto-realización muy costoso en términos económicos. Es en este nuevo contexto puede tratarse la biografía de Dolly Van Doll (Matos, 2007), quien fuera gran estrella transexual de los escenarios europeos y, durante las décadas de los 70 y 80, barceloneses, desde su debut en la sala "Gambrinus", en 1971.
Su biografía
De niño a mujer merece ser leída, incluso entre quienes no estén interesados en los renombrados escenarios europeos y asiáticos que en las décadas de los 50, 60 y 70 empezaron a explotar un filón gay/travesti/transexual de considerable éxito, porque, además de esbozar los contornos de estos espacios de sociabilidad sexual en el margen, ofrece una "radiografía" de lo que significaba una operación de cambio de sexo (de hombre a mujer) en aquellos años, desde el propio cuerpo de la persona intervenida. En el caso que aquí se recoge, con dolor pero con éxito, pues muchas otras quedaron en el camino... Dolly Van Doll no presenta reparos en describir los resultados, aunque sólo redunde en un esencialismo confirmado por su belleza. Es por ello que este volumen constituye un ejemplo importante de revisión vital en donde la persona transexual niega y acata la Naturaleza para acabar acomodándose sin discusión y con satisfacción íntima a un discurso naturalizador heteronormativo, comprensible íntimamente, un modelo de superación personal cristiano, capitalista y heterosexual: "Mi naturaleza ha sido un error absoluto. (...) Yo creo que he nacido mujer con ese pequeño error de complemento: con unos atributos masculinos pequeños y equivocados que resultaban un contrasentido en mi forma de ser y de amar" (Matos, 2007: 69).
Se trata de una argumentación compartida por transexuales de su generación, como sugiere, por ejemplo, el siguiente testimonio de Lorena Capelli, fallecida en 1976 por complicaciones derivadas de su intervención quirúrgica: "Puedo garantizar que nací mujer, pensando y reaccionando como tal. Mi único problema fue la equivocación de la naturaleza al otorgarme los órganos de un varón" (Olmeda, 2004: 250). El cuerpo, por consiguiente, es entendido como un error que debe estar al servicio del alma, aunque se corra el riesgo de morir en el intento, como desgraciadamente fuera su caso. Durante la década de los 60, las intervenciones quirúrgicas (la de Coccinelle, la de Dolly Van Doll) crearon una nueva fascinación entre el público: las estrellas de los espectáculos eran mujeres que habían sido hombres. Se premiaba su belleza, su identificación con el nuevo sexo adquirido. Un nuevo tropo nacía, junto a una nueva fascinación. A propósito de Coccinelle, Carol (2009: 200) comenta que "Después de la vaginoplastia, el morbo aún invitó más al público a ocupar las butacas del desvergonzado local de París" en donde actuaba. Esta atracción fue la que propició el éxito de Coccinelle y de Dolly Van Doll en la escena nocturna, desde fines de los 60 y a lo largo de los 70, pero también dio lugar a una nueva modalidad de atracción, que es la que engloba la tercera modalidad de belleza trans: la que denomino "ambigua", por un simple afán clarificador.
Ampliación 2 En el
enlace puede verse una actuación de Dolly Van Doll y Mimí Pompón, en donde, de forma seria y risible a un tiempo, se remite a la película
Cabaret de Bob Fosse.
En una sección de su biografía, Dolly Van Doll comenta un cambio sufrido en los gustos del público barcelonés en el lapso de unas pocas semanas, tras unas vacaciones a fines de 1975:
Cuando regresamos vimos el cambio brutal que se había producido a causa de la muerte de Franco. La censura había desaparecido de golpe y con una rapidez vertiginosa se implantó el nuevo concepto de travestí vestido de mujer, el striptease con desnudo integral y el todo vale a la hora de hacer o de decir. Fue un cambio tan espectacular y tan rápido que no tuve capacidad de reacción inmediata y sentí que aquello me desbordaba. Yo quería seguir con mi estilo pícaro, insinuante, coqueto, a veces atrevido, pero nunca tan agresivo como se impuso en tan corto espacio de tiempo.
(Matos, 2007: 81)
Ampliación 3 A través de este
enlace puede contemplarse el número final de un espectáculo musical protagonizado por Dolly Van Doll en su teatro Belle Époque.
ESTUDIO DE CASO 2

La enumeración de adjetivos ("pícaro, insinuante, coqueto, a veces atrevido") revela el tipo de espectáculo que Dolly Van Doll protagonizaba al tiempo que un modelo de belleza y de feminidad, hermoso por sumiso, "nunca tan agresivo" como el que trajo la muerte del dictador. Si la farándula tuvo que acomodarse a las exigencias de la censura impuesta por la dictadura, que mejor o peor pudo irse sorteando durante sus últimos años, la farándula también tuvo que responder a las exigencias de un público ávido de cuanto se le había negado durante décadas. Hasta principios de los años 70, la perfección teatral exigía ya del trans la reproducción intensificada del modelo convencional de belleza femenina, más heterosexual (pues la mayoría de sus espectadores lo eran).
Con el fin de la censura y el inicio de un nuevo marco de libertades políticas, se abrió la veda también del consumo de las revistas eróticas, de la pornografía, del cine calificado como "S". El público ya no sólo quiso insinuaciones y coqueteos, sino nuevas emociones que serán las que le ofrecerán, por ejemplo, los desnudos integrales de una Susana Estrada en el espacio heterosexual y de una Bibí Andersen en el trans, aunque de consumo común. Una nueva generación de artistas se ve azuzada por la nueva demanda, a la que no puede o no quiere hacer ascos. Años antes de convertirse en una de las célebres "chicas Almodóvar" (pues participó en varios de sus largometrajes:
Matador, 1986;
La ley del deseo, 1987;
Tacones lejanos, 1991;
Kika, 1993), Bibí Andersen se presentó por vez primera en las grandes pantallas en la cinta
Cambio de sexo (1977), de Vicente Aranda.

A la altura de 1977, los españoles que nunca hubiesen asistido a un espectáculo protagonizado por trans, pudieron ver en esta película esa gran novedad "agresiva" -si aceptamos el término de Dolly Van Doll-.
Cambio de sexo puede parecernos una película ciertamente edulcorada en muchas de sus instancias narrativas, pues la protagonista es un adolescente, interpretado por Victoria Abril, que escapa de un padre ex-boxeador hacia Barcelona para poder iniciar una nueva vida, que acaba felizmente operada y casada.
También puede antojarse una película en exceso pedagógica, en tanto que describe el proceso mismo de la vaginoplastia de la mano de un cirujano. Pero si la comparamos con otras cintas españolas de aquel mismo año -como
El transexual, de José Lara, basada en la desgraciada vida de Lorena Capelli-, podremos aceptar el siguiente análisis :
"Cambio de sexo es una película provocadora que trata de distanciarse del estereotipo. No es un objetivo fácil de alcanzar. De alguna manera los tratamientos sobre travestis inciden siempre en lo 'anormal' para dar al espectáculo heterosexista una posición privilegiada: por una parte se le pide la comprensión, por otra se impide toda identificación".
(Mira, 2004: 444)
Bibí Andersen era, en la vida real, la joven estrella de la sala de fiestas ubicada lejos del "Barrio Chino" barcelonés que aparece en
Cambio de sexo y se interpreta a sí misma con poco más de veinte años. Andersen, quien ya a la altura de 1978, sin haberse sometido a la vaginoplastia, declaraba: "no soy homosexual, ni travesti, ni transformista. Yo soy transexual", también reconoció que "como yo quería darme a conocer en el espectáculo, jugué con este recurso" (Pierrot, 2006: 142), y se nos presenta como uno de los iconos de la belleza trans ambigua, aunque fuera por unas razones tan admisibles como las que sumariamente recoge esta entrevista. Una decisión que le procuró envidias entre muchas de sus colegas y extraordinaria fama, pues su belleza incontestable se vio aureolada, paradójicamente, con la evidencia de sus genitales, durante una época en que la sexualidad al desnudo fue moneda cotidiana en los quioscos de prensa a lo largo y a lo ancho de nuestra geografía.

En la España de los años 70 podemos constatar la presencia de un sinfín de tensiones entre los partidarios del mantenimiento del régimen dictatorial (o su transformación en un sucedáneo más homologable internacionalmente) y quienes luchaban por la instauración de un régimen plenamente democrático. El resultado es bien conocido: tras la muerte de Franco, en noviembre de 1975, se produjo un proceso de transición política que condujo a un sistema de libertades emanado de la Constitución de 1978. Sin embargo, siempre parece pertinente destacar que, a pesar del éxito colectivo que supuso, las luces y las sombras que arroja a propósito de las minorías sexuales no deben obviarse, pues, estableciendo una comparación reveladora, mientras el Partido Comunista de España fue legalizado en 1977, el "Front d'Alliberament Gai de Catalunya" tuvo que esperar hasta 1980 para ver reconocido su estatuto político.
En uno de los ensayos pioneros sobre las minorías sexuales españolas, titulado
La sociedad rosa, Óscar Guasch (1991: 82) analizaba las razones que habían podido retrasar la "redefinición viril de la homosexualidad" en España en comparación con otros países europeos y, sobre todo, con Estados Unidos, que sólo empezó a extenderse a partir de la década de los 80 a través de saunas, bares y discotecas. A pesar de manifestar notables reservas sobre la significación ideológica de la presencia de personas trans en las más tempranas manifestaciones en defensa de los derechos de las minorías sexuales, Guasch (1991: 81) admite: "No conviene trivializar el grado de conciencia política que tenían por aquel tiempo locas y travestís". Esta presencia produjo, desde fines de los años 70, serios roces entre las personas trans y algunos grupos que vindicaban los derechos de gays y lesbianas, pues se consideraba que la imagen que proyectaban las trans distorsionaba la lucha por la igualdad al desdibujar la pretensión de la normalización social (Fluvià 2003; Petit, 2003).
Sin embargo, para valorar esta cuestión debieran introducirse perspectivas de análisis complementarias. Alberto Mira (2004: 438) afirma:
La instrumentalización común en los setenta del travesti para dar una imagen determinada de la homosexualidad era homófoba, pero no el afeminamiento en sí. En relación con la tradición, se trata de una asociación con una larga historia, y descartarla supone invalidar o desautorizar esa historia con el fin de legitimar un presente en que esas elecciones resultan sospechosas. (...) En realidad, la presencia del travesti en el mundo mediático de la Transición perfectamente podía ser un signo de liberación. Si, además, contribuyó a mantener vivos mitos reaccionarios sobre la homosexualidad, ello se debió a que su inserción en el discurso tendía a hacerse a partir de una retórica heterosexista. (...) Pero también habrá resistencia a esas presiones, quizá menos obvias, pero nada despreciables.
Tal vez también convendría ser mucho más cuidadosos a la hora de valorar los testimonios y las biografías de tantas y tantas personas trans anteriores a la década de los 80, evitando proyectar una luz que impidiera la exigencia imposible de un discurso ideológico a la vanguardia de su tiempo, como si estas personas fueran autoridades académicas o líderes políticos. Tal vez convendría contemplarlas, al menos, con las mismas contradicciones e ignorancias del común de su clase social (que en las primeras elecciones democráticas no votaron, ni mucho menos, a partidos de izquierda, a pesar de su marginación durante décadas). Quizá, incluso, cabría admirar mucho más a muchas de estas personas, pues su frágil estabilidad les permitió a no pocas de ellas la valentía de salir a la calle cuando otros muchos, fueran o no minoría sexual, fueran ricos o pobres, aguardaban expectantes y atemorizados en sus casas el curso de los acontecimientos. Resulta interesante constatar que cuanto he planteado en esta sección podría denominarse "tensión de género" y que tuvo un impacto más que notable en España durante una de las épocas de mayor tensión social de su historia reciente.
Este recurso pedagógico ha sido elaborado por el Dr. Rafael M. Mérida Jiménez, profesor Serra Hunter de la Universitat de Lleida, con la colaboración de la "
Unitat de Suport i Assessorament a l'Activitat Docent" de la misma universidad. Forma parte del proyecto de investigación
FEM2015-69863-P (MINECO-FEDER) y nace en el seno del
GRC 2017 SGR 588.
Su objetivo es implementar parte de sus resultados en un proceso de innovación docente de asignaturas de grado y posgrado en la UdL.
Para obtener más información sobre el proyecto, puede consultarse el siguiente
enlace.